domingo, 7 de febrero de 2016

"Y un día llegó el carnaval a la Argentina"

El carnaval ha sido siempre asociado a la alegría, el colorido y la participación multitudinaria. Tiempo de expansión y de júbilo compartido con los demás, expresa una tradición universal que se asimila y se transforma en cada comunidad que lo practica. En ese sentido, las posibilidades que ofrece nuestro país son variadas y disímiles, acorde con su geografía múltiple y la pluralidad cultural de sus habitantes.
Litoral
Corrientes

La ciudad de Corrientes, "Capital Nacional del Carnaval", lleva a cabo una festividad similar a la de su par brasileño, con gran despliegue de trajes, desfiles, imponentes carros alegóricos, bailes en las calles céntricas de la ciudad y espectáculos especiales en el Anfiteatro Municipal. Tales festejos se remontan al siglo XIX, cuando la población negra de Corrientes homenajeaba a San Baltasar. Además de la capital provincial, la fiesta tiene relevancia en las ciudades de Paso de los Libres, Santo Tomé, Goya, Esquina, Bella Vista, San Roque y Empedrado.
Entre Ríos
La costumbre de los festejos correntinos se trasladó a la vecina Entre Ríos, donde arraigó en varias localidades como Victoria (denominada "Capital Provincial del Carnaval"), Concordia, Concepción del Uruguay, Gualeguay y Gualeguaychú, esta última considerada –en la materia– como el centro más grande de la provincia.
Al igual que en Corrientes, las diferentes comparsas entrerrianas compiten entre sí para obtener el triunfo. Un jurado especializado evalúa diferentes aspectos de cada una: pertinencia del tema elegido, diseño e imagen, iluminación, vestuario, música y coreografía.
Noroeste
Jujuy

A modo de prólogo, a comienzos de febrero en diferentes localidades se entonan las primeras coplas en los jueves de compadre y de comadre (para hombres y mujeres, respectivamente, y con una semana de diferencia). Posteriormente y tras las ofrendas a la Pachamama, con la participación de comparsas (con máscaras) y público (sin ellas) tiene lugar el "desentierro" del carnaval, en un mojón regado con bebidas y al que se arrojan hojas de coca y cigarrillos encendidos.
Tal ritual en torno al diablo carnavalero se apoya en la creencia de que el sol rojo fecunda a la Madre Tierra, dando origen a semillas, raíces, troncos, follajes y frutos de la región. El festejo, encabezado por bastoneros que encarnan al diablo con máscaras y trajes coloridos, se acompaña con talco en el rostro, hojas de albahaca en las orejas, serpentina, papel picado y bailes que congregan a toda la comunidad. El Domingo de Tentación se vuelve a enterrar al diablo, que permanecerá oculto un año.
Los festejos más renombrados son los de la Quebrada de Humahuaca, destacándose además en Tilcara la realización de Fortines (organizados por familias tradicionales y en lugares cerrados).
Salta

En el Valle Calchaquí después de las corridas y juegos con agua, los carnavaleros estilan a reunirse para almorzar comidas apetitosas y generalmente abundantes. Tras reparar fuerzas, se reinician los preparativos con el cambio de ropas mojadas y, en alarde, se cambia el montado para lucir caballo fresco y brioso, mientras se entrecruzan bromas e ironías. Luego comienza el baile que se intercala con tiradas de harina, papel picado y el contrapunto de coplas que alude a temas como el amor, el cortejo, la broma hacia el otro, con intenciones eróticas picarescas.
Los festejos provinciales más célebres tienen lugar en Campo Quijano, San Carlos y San Antonio de los Cobres.
Ciudad de Buenos Aires

Comenzó a celebrarse en el siglo XVII, en una síntesis del legado español y la cultura africana aportada por los esclavos negros. Originalmente organizado en casas particulares, se trasladó luego a clubes barriales. Las primeras comparsas y corsos (con la posterior incorporación de carruajes alegóricos) datan de fines del XIX. A partir de 1915 surgieron las murgas, más grotescas y picarescas que las comparsas. En 1997 la Legislatura porteña declaró estos festejos como Patrimonio Cultural de la Ciudad.


Cuyo
La Rioja

"La chaya" (voz que deriva del quechua challay que significa:mojar o rociar) es una fiesta ancestral y popular, muy ligada al carnaval, que tiene sus raíces en el mestizaje indo–español. La variante riojana reconoce como principal protagonista al pusllay o pujllay, muñeco de trapo de tamaño natural con cabeza canosa. Esta criatura "nace" el sábado anterior al carnaval y su entierro tiene lugar el domingo de cenizas.
Hoy la chaya se festeja durante el fin de semana cercano al 15 de febrero, con harina y agua, regada con buen vino y aire perfumado de albahaca en todos los barrios donde se realizan los tradicionales "topamientos" entre familias, presididos por el compadre y la cuma, bajo el reinado del pujllay.
Orígenes

Estas fiestas se habrían originado en las "Lupercalias" o "Saturnalias" romanas, en las que se permitía a amos y esclavos intercambiar vestimentas y roles. Durante la Edad Media se las consideraba heréticas, aunque finalmente fueron aceptadas. Así nació el "carne–vale" o "adiós a la carne" que precedió desde entonces a la Cuaresma.
Llegaron al Río de la Plata en tiempos de la colonia, aunque las autoridades virreinales intentaron censurarlas. Su espíritu festivo se mantuvo a través del tiempo, sobre todo en los sectores populares, aunque las clases altas también disfrutaban del festejo. En ambos casos los concurrentes usaban disfraces y antifaces.
Ya entrado el siglo XX, la costumbre se fortaleció aún más, siendo habitual la concurrencia de las familias a los bailes en los clubes barriales, con disfraces diferentes para cada miembro. La práctica se hizo habitual en todo el territorio nacional, donde se impuso también el desfile de carros ataviados.
El Carnaval es la fiesta de la alegría, del desenfreno, del exceso; es la fiesta por antonomasia, pues con denominación diversa y características distintas aparece en todas las épocas y culturas más dispares. Como simbolismo general, el carnaval representa cierta alteración del orden que organiza la sociedad durante el año; donde las jerarquías y los roles se confunden. Y en nuestra tierra, y especialmente en el interior, la fiesta toma características propias que la identifican.
En nuestra ciudad asociada a los corsos, el carnaval rememora las tradiciones europea con aquellos desfiles de «carros ornamentados y grupos de comparsas». Y están las carpas, la máscara, el disfraz y el juego con agua, harina o pintura hasta la embriaguez.
En otros lugares de nuestra vasta geografía, el carnaval viene a asociarse a los ritos precolombinos y propiciatorios de las cosechas y las deidades de la tierra que se realizaban mucho antes que se denominara como tal a esta fiesta.
El "jugar con agua" en carnaval alude a una intención purificadora, tal como ocurre en ceremonias bautismales y de exorcismo, donde el líquido elemento cobra poderes de desencantamiento o prodigios mágicos.
Ya en la antigüedad clásica se utilizaban pilas con agua y ramos de olivo para purificar a los visitantes. Además, en antiquísimas referencias europeas, el agua no sólo figura como una manera destacada de celebrar el carnaval, sino que haya similitud en su igual intención purificadora. En Génova, por ejemplo ya en 1588 se utilizaban huevos rellenos con agua para arrojar desde las ventanas. Estos serían pues los antecedentes más elocuentes de las actuales bombuchas.
Ya en 1820 un anónimo viajero inglés, que vivió en Buenos Aires, relataba que llegado el carnaval se ponía en práctica "una desagradable costumbre: en vez de música, disfraces y bailes, la gente se divierte arrojando cubos y baldes de agua desde los balcones y ventanas a los transeúntes, y persiguiéndose unos a otros de casa en casa. Se emplean huevos vaciados y rellenados de agua que se venden en las calles. Las damas no encuentran misericordia, y tampoco se la merecen pues toman una activa participación en el juego. Más de una vez, al pasar frente a ellas, he recibido un potente huevazo en el pecho. Quienes por sus ocupaciones están obligados a transitar por la calle salen resignados a soportar el obligado baño. Los diarios y la policía han tratado de reprimir estos excesos, pero sin éxito alguno".

También se cuenta que Rosas, el mejor jinete de su tiempo, no dejaba nunca de mostrar sus habilidades en carnaval. Solía llegar al galope frente a las casas de algunas bellezas porteñas, sofrenaba el caballo hasta ponerlo en dos patas y mientras lo hacía girar por completo en su posición, arrojaba a los balcones un ramo de flores.

Imagen de Los Kiobas de Rosario de Lerma
En el escenario calchaquí probablemente la fiesta de la chaya indígena aluda al término quichua "challa", que significa desparramadura o rociadura de un líquido. En este sentido el juego con agua no sólo sería una tradición europea, sino, coincidentemente, una supervivencia autóctona. Lo cierto es que esta práctica estaba arraigada en el Valle Calchaquí ya a mediados del siglo pasado, y pervive hasta nuestros días algo debilitada, aunque el domingo de carnaval es de diversión obligatoria.
Al jugar con agua todos se empapan a más no poder y la idea es dejar al adversario "chumuco", aludiendo al ave acuática de aspecto enjuto. Los bandos se forman a veces entre los de a pie y los de a caballo y en muchas ocasiones los juegos son llevados a niveles de agresividad que devienen en lastimaduras o daños físicos diversos. Estos brotes de violencia preocuparon a las autoridades de todas las épocas, a tal punto que el virrey Ceballos, en el año 1778, propuso al Cabildo una ley para prohibir el carnaval.
Actualmente la gran industria ha contribuido a refinar las tradicionales costumbres del carnaval de antaño, imponiendo en las ciudades el uso de bombitas, de pomos de metal o plástico cargados con líquidos perfumados y hasta con mezclas de éter que producen en la piel una estremecedora sensación de frío.
La fiesta


En el Valle Calchaquí se estila que, después de las corridas y juegos con agua, los carnavaleros se reúnan en alguna casa para almorzar comidas apetitosas y generalmente abundantes. Se reparan fuerzas y se reinician los preparativos para, esta vez, asistir a la reunión donde los amigos han convenido encontrarse. Se hacen cambios de ropas mojadas y, en alarde, se cambia el montado para lucir caballo fresco y brioso. Se entrecruzan observaciones cargadas de bromas e ironías.
Luego comienza el baile que se intercala con tiradas de harina, papel picado y el contrapunto de coplas que alude a temas como el amor, el cortejo, la broma hacia el otro, y también a intenciones eróticas o subidas de tono.

A disfrutar entonces estos carnavales recordando que la alegría no justifica ni los excesos ni la violencia.



Extraído de internet

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