sábado, 28 de julio de 2012

Donación de pañales a Htal. Elizalde



“Pasaré por este mundo una sola vez. Si hay alguna palabra bondadosa que yo pueda pronunciar, alguna noble acción que yo pueda realizar, diga yo esa palabra, haga yo esa acción ahora, pues no pasaré nunca más por aquí.” (William Carlos Morris).
Las palabras arriba mencionadas y vigentes en estos días, viven en una persona que conocí hace poco tiempo.
De contextura delgada y alta, y de corazón gordo y enorme, cada día de su vida transcurre entre visitas que le solicitan ayuda o llamados telefónicos con el mismo motivo.
Llega a su lugar de trabajo alrededor de las seis de la mañana y se retira alrededor de las dos de la tarde.
Es una persona ya con años de vida y de experiencia pero con el rostro aniñado, lo que refleja la pureza de su alma.
Conoce desde el teléfono, su herramienta de trabajo, a distintas personas de los hospitales capitalinos y del conurbano bonaerense, como así también de otros lugares. Por eso, cuando se acerca alguien con alguna necesidad, marca un número telefónico y al instante conecta al necesitado con la persona adecuada.
Si hay que facilitar un turno para un estudio radiológico o de otra envergadura, él sabe a dónde recurrir.

Los muchachos de mantenimiento nos dieron una mano para acarrear y acomodar los pañales.


Si hay que asistir a algún paciente con cierta urgencia, evitando las largas colas en los hospitales, él sabe a quien pedir ayuda.
Si alguien está pasando por una necesidad material o espiritual, él sabe cómo guiarlo.

La suma de voluntades con nuestra madrina a la cabeza


Es un filántropo de esta época, que no para un momento de ayudar al prójimo.
Lo conocí con motivo de una donación que envió en este mes de julio a nuestro hospital: nada menos que alrededor de 20.000 pañales de todo tamaño, y muchas cajas de leche en polvo para todas las edades infantiles, donación que fue posible materializarse con la ayuda de sus compañeros, a quienes recurrió para concretarla.
El Voluntariado del hospital, con su generosidad habitual, transportó la donación hacia su Servicio, donde todo quedó guardado para ser administrado equitativamente entre quienes más lo necesitan, pues esta tarea de “hormigas” trabajadoras y observadoras de la necesidad del otro, es lo que las caracteriza.

La alegría en los rostros cansados nos dice ¡Valió la pena!


Volviendo a la persona en cuestión de este relato, su gratitud a la Casa Cuna es porque la atención de los niños por los que consultó alguna vez, fue más que satisfactoria, y porque cuando él mismo era niño su madre concurría a nuestro hospital con el fin de asistirlo.

Nuestra madrina Irma junto a Mónica, una de nuestras voluntarias

Para mí es un Ángel en el cuerpo de un hombre, que observa, descubre y resuelve permanentemente las necesidades de los demás
Es muy difícil definir y estar a la altura de estos seres, porque no abundan y porque son esquivos al reconocimiento. Por eso desde Cunamoryvos, el blog de la Casa Cuna, le decimos al señor José Pistoia, que así es su nombre, algo que lo abarca todo: Gracias !!! . Muchas gracias !!!


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