sábado, 20 de noviembre de 2010

"Una historia verídica": por Mabel Beatriz Perazzo

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El 21 de Noviembre se celebra el Día de la/el Enfermera/o en Argentina. Para homenajear a estos magníficos trabajadores de la salud, hemos decidido publicar este ejemplificador cuento surgido de la inspirada pluma de nuestra compañera Mabel Beatriz Perazzo, quien además de ser enfermera profesional, tambien es una gran escritora. Pero no olvidemos que la realidad supera a la ficción y en este mismo instante realidades muy duras se están produciendo en el mundo.
Con orgullo le damos la bienvenida a Mabel y le damos las gracias por su invalorable aporte y en ella saludamos a todos las/os enfermeras/os en su día.



Hace más de 18 años trabajaba en una clínica en el servicio de “Nursery” y Maternidad, en el turno noche.
En una oportunidad recuerdo que antes de entrar al “office” de Enfermería dispuesta a tomar la guardia, escuché el diálogo de dos enfermeras que decían lo siguiente:
-Mira Ana, a este bebé vamos a tener que cuidarlo, que no lo lleven a la habitación con su madre, a ver si ésta se encariña con el hijo y entonces si, el jefe médico nos despide y nos quedamos sin trabajo. Como sabes, él ya tiene compradores para este bebé.
-¡Qué espanto! Un frío recorrió todo mi cuerpo haciéndome estremecer.
Traté de calmar los acelerados latidos de mi corazón que parecía haber recibido una descarga eléctrica ante semejante noticia. Conseguí controlarme y entré saludando a mis compañeras como si no hubiera escuchado nada. Recibí la guardia y me quedé observándolas mientras se iban, preguntándome cómo era posible que existiera tamaña maldad y oscuridad en sus almas.
Luego me acerqué a ese bebé tan pequeñito e inocente y aún hoy no comprendo como pude controlar mi dolor e indignación y que las lágrimas no estallaran en mis ojos delatándome.
Me apresuré y sin perder ni un instante, me dirigí a la habitación 110, cama A. donde encontré a una jovencita adolescente de apenas 16 años, pálida, asustada y dolorida por la post-cesarea que le habían practicado.
Sus ojos grandes, hermosos, de color negro, expresaban la incertidumbre y el desamparo que envolvía su espíritu. Nadie comprendía la terrible situación que padecía esta muchachita, casi niña, de tan corta edad. Sinceramente estaba viviendo en tinieblas. Era tanta la angustia que percibí en ella, que traté de romper con esa oscuridad que la obnubilaba presentándome:
-¡Hola, yo soy Sol , la enfermera titular del turno noche, la que te va a cuidar. ¿Cómo te llamas?
Con una vocecita débil y quebrada me respondió:
-Lucía.
-¡Huuy! Qué bonito nombre tienes Lucía, quiero conversar un ratito contigo, ¿me permites?
-¡Si! respondió la niña.
-¿Sabes que tienes un bebé precioso que es muy parecido a vos? ¿Cómo se llama?
-No tiene nombre enfermera, me respondió con desazón, temblando en cada sílaba.
-Mirá Lucía, escúchame por favor, no se cual es el gran dolor que está destruyendo tu vida y la de tu hijito, pero si me das la oportunidad yo prometo ayudarte junto a tu bebé.
Si destruyes tu vida, también destruirás la de él, porque los dos son uno. Si lo abandonas no te lo vas a perdonar nunca. Vas a caer en un abismo profundo, sin salida, donde sólo existen angustias y sufrimientos.
Si vieras a tu bebé en la cunita, solito, desamparado y triste, sin comprender porqué su mamá no lo quiere. ¿Por qué no está en tus brazos alimentándose de tu pecho, sintiendo tu amor, cobijado en ese calor que sólo se encuentra en el regazo de una madre?
¿Sabes que cuando tu bebé llora expresa todo eso? Es como si reclamara al cielo lo que la vida le quiere quitar.
Lucía se quebró en llanto, la abracé, le di un beso y acariciando su largo y renegrido cabello le dije: yo prometo ayudarte, pero me tienes que contar qué te sucede, por favor no te encierres en vos misma.
Ya más tranquila, sintiéndose contenida, me contó.
-Yo no soy de aquí, mi provincia natal es Entre Ríos, llegué hace siete meses a Buenos Aires y trabajo en una casa con cama adentro y mi patrona no quiere bebés.
-Dígame enfermera!-¿Qué hago? Quiero morirme, no quiero vivir más. ¿A quién le importa mi dolor?
Sin vacilar le respondí: ¡A mi me importa! ¡A mi! Y prometo ayudarte. Por favor, confía en mi.
Luego de una pausa regada por su llanto y el mío, le dije alegremente:
-¡Bueno Lucy! Es el momento de buscar un nombre para ese angelito. Hay nombres muy bonitos, como ser Daniel, Sergio, Leonardo, Damián, Cristian, Ivan.
-Lucía respondió: no se, enfermera.
- ¿Qué te parece Daniel? ¡Dany, suena hermoso, ¿te gusta?
-Sí enfermera, se llamará así.
-Bueno Lucy, tengo que retirarme, piensa en todo lo que hablamos, a la noche vuelvo.
Le di un beso y me despedí.
Cuando tomé mi guardia siguiente, en el pasillo encontré a un médico residente quien se dirigió a mi saludándome: "Buenas noches enfermera"-¿Recuerda el bebé que se encontraba en el “office” a quien debían custodiar estrictamente?
-¿Qué sucedió? le pregunté ansiosa.
-Ud. sabe de lo que estoy hablando.
-Las palabras de ese médico me paralizaron. Por un instante cruzó por mi mente que ese bebé ya había sido vendido, no se qué emociones habré expresado en mi rostro porque de inmediato el médico me dijo:
-¡Está muy pálida! ¿Se encuentra bien? Cuando le comente esto seguramente va a esbozar una enorme sonrisa. Vaya a la habitación y compruebe con sus ojos el resultado del trabajo que usted
misma desencadenó.
No me pregunte, se todo lo sucedido. Desde que usted se retiró la guardia pasada, esa mamá pidió a su bebé y no se apartó de él ni un instante, sólo me resta decir que hay que festejarlo, es un logro netamente suyo.



-De inmediato me dirigí a la habitación; al entrar no sabría expresar lo que sentí.
Sólo que una felicidad profunda llenó de júbilo mi alma y mi corazón al verlos juntos, amándose, madre e hijo, con esa ternura sublime que los envolvía.
¡Qué maravilloso! Quedé sin habla, empapado mi rostro por mis lágrimas de alegría, observando a esas dos personitas que habiendo estado a punto de separarse para siempre, sufriendo una muerte en vida, hoy se disfrutaban a pleno reviviendo gracias a Dios.
Al cuarto día de internación ya dados de alta, Lucía y Dany dejaban la clínica.
Lo prometido a Lucía, se cumplió al pie de la letra.
Una Asistente Social le consiguió ubicación en una estancia, donde obtuvo trabajo y techo para ambos. No le faltaba nada, sus patrones eran personas adineradas que viajaban frecuentemente al exterior. ¡Qué hermosa realidad!
Pero acá no termina esta historia de vida. Con el devenir de los años tuve la hermosa sorpresa de encontrarme con Lucía. ¡Qué emoción nos embargó después de tanto tiempo!
No se puede explicar. Dany ya había terminado el secundario y había iniciado estudios universitarios. Me contó que tiene una hermosa casa, que trabaja de maestra jardinera y que su situación económica es medianamente buena y vive muy feliz al lado de su hijo. Después de un largo rato nos despedimos prometiendo vernos nuevamente en cualquier momento, pues Lucía y Dany me habían integrado a su familia.

Conclusión:
Soy autora de esta historia tan tierna y sublime. Sólo me resta decir que día tras día agradezco a Dios realizar mi profesión de enfermera ayudando a los demás. Profesión que amo profundamente y seguiré actuando así hasta el fin de mis días.

 

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