viernes, 11 de diciembre de 2009

¿CUENTO DE NAVIDAD? de :MARCOS NOVO




¡SOLO ES FALTA DE MEMORIA!

La tarde caía lentamente sobre la ciudad de Buenos Aires. El sol poco a poco se escondía detrás de los edificios y las sombras parecían fantasmas que se movían pesadamente, casi arrastrándose sobre el asfalto caliente de aquel 24 de diciembre.
La humedad y el "termómetro" producían estragos en los cuerpos casi mojados con la ropa adherida a la piel por la transpiración. ¡Querida Buenos Aires! La reina del plata y todos los climas habidos y por haber.
La gente realizando las eternas compras de última hora, corría de un lado a otro tropezando, chocando unos con otros, apurados para llegar a casa, bañarse, cambiarse y estar en hora sentado a la mesa navideña.
Todos corrían, todos, menos un viejito, medio pelado y canoso, delgado, de edad indescifrable.

Apoyado en un bastón de tres patas, meneaba la cabeza como descalificando el excesivo apuro, la falta de consideración y el ostracismo de la mayoría de esos individuos, que presa de un fervor inusitado llenaban sus autos de regalos, manjares y bebidas, muchas bebidas alcohólicas. Y, era víspera de Navidad y en el nombre de Jesús se iban a atiborrar de tantas cosas que muchas veces ni recordarían los sabores particulares de cada plato.
"Pero era un día distinto y el permiso había sido otorgado". Vía libre, panza libre, canilla libre, pirotecnia, cuanto más potente mejor, etc.
Había algo en aquel hombre que me movió a acercarme e intentar un diálogo “casi casual”,
-¡Hola, le dije! ¿Qué locura, no?
Giró hacia mi y observé de cerca un rostro limpio, de mirada dulce y unos ojos que parecieron taladrarme el alma.
-¡No hijo! ¡No es locura! Es falta de memoria, solo eso, han perdido la memoria.
Y continuó; hace muchos años, con otras excusas y por otras causas, los hombres también se sentaban alrededor de mesas regadas con los mejores vinos y cubiertas de manjares variados, exquisitos postres y atractivas mujeres que bailaban y satisfacían todos los deseos de esos “poderosos señores”.
La vida de los otros no importaba demasiado, la palabra compartir no era utilizada en ese ambiente. En cambio la soberbia, la omnipotencia y la falta total de prejuicios, componían un arco iris de vicios, desidias e insensibilidades, común denominador de esos sujetos.
Pero un día llegó a sus vidas un joven que les hablo de su reino, les dio esperanza, les ofreció la redención y el perdón y se sintieron en peligro.
Asustados, lo apresaron, lo torturaron y lo crucificaron hasta que la última gota de su sangre bendijo la tierra donde cayó.
Pero hizo una promesa que cumple cada año. Renace en nuestras almas. Y para disfrutarlo solo debemos abrirle nuestro corazón.
Pero muchos recuerdan solo la parte de los manjares y los excesos y se olvidan de Él, usan su nombre para transformar su fiesta de cumpleaños en un rito pagano y descontrolado, muchas veces produce disputas familiares, peleas, dolores y heridas que no cerrarán jamás.
Se olvidaron de la verdadera razón de la festividad.
El nos ofrece la llave de la puerta de la casa de su Padre y muchos la cambian por una botella de vino que a veces ni siquiera es de buena cepa.
Permite que su Madre sea nuestra Madre y la despreciamos con nuestra conducta egoísta.
Nos da la oportunidad de sentir la emoción y la alegría de dar y solo gastamos en nosotros y en nuestros familiares y amigos, olvidando que somos todos hermanos, hijos del mismo Padre.
¿Y la oración, son muchos los que se acuerdan de orar por Él?
¿Cuántos de nosotros agradecemos el pan nuestro de cada día?
¿Cuántos seremos capaces de compartir un poco de lo que tengamos con alguien que necesite más?
¿Qué excusa inventaremos para justificar la “pequeña omisión” de no tender la mano a nuestro semejante?
Como ves hijo, no es locura. Solo es falta de memoria.
La misma falta de memoria que los lleva a abandonar a sus mayores en un asilo, cuando consideren que son una carga molesta, olvidándose que son y están por esos “viejos”.
La misma falta de memoria que los hará pelearse para repartirse los bienes que produjeron esos “viejos”, alegando que a su edad ya no los necesitan y que en cambio ellos le darán el uso adecuado.
La misma falta de memoria que les hace sentir vergüenza de estar al lado de un familiar o un amigo pobre, porque les quita "Status".
Pero yo te digo hijo, hay un tiempo para todo. Personalmente llevo incontables años viendo a muchísimos “desmemoriados” como estos, iniciar el último viaje, desnudos, con rostros asustados, transformados casi en una careta de dolor y sufrimiento.
Quizá, segundos antes de morir vislumbraron el futuro para su alma y comprendieron tardíamente lo erróneo de su proceder.
Porque la vida terrenal es finita, pero el gozo del alma noble es inmortal.
Y ya te di mucha lata hijo, vete con los tuyos que seguro te están esperando,
¡FELIZ NAVIDAD!
¡Y TE DESEO QUE NUNCA PIERDAS LA MEMORIA!
Me quedé parado un buen rato viendo como el viejo con paso cansino pero firme desaparecía de mi vista justo cuando pasaba debajo de un enorme reflector que iluminaba un inmenso cartel que invitaba a comprar, comprar y comprar…
Me froté los ojos, los abrí y cerré varias veces, pero no, no lo vi más. ¿Dónde se había metido? Seguí caminando rumbo a casa con mis bolsas llenas de mercaderías y regalos, pensando si en realidad había visto y hablado con ese hombre o fue producto de mi imaginación.
Al doblar la esquina observé distraídamente a una mamá con dos niños sentados sobre un montón de cartones y tomando una botella de gaseosa de las mas baratas. Seguí caminando y volví a escuchar en mi mente las palabras del viejo…

Volví apurado y dejé la mitad de las cosas que llevaba en manos de esa pobre gente y me fui corriendo apurado, sin querer escuchar las gracias de esa madre asombrada.
Al llegar a la puerta de mi casa y ver a mis hijos a través de la ventana riendo y jugando bajo techo, pensé en aquellos niños y su madre en la calle y una congoja enorme se apoderó de mi. Dejé las bolsas que llevaba, le expliqué en pocas palabras a mi esposa y le propuse invitar a esa familia a compartir esa Nochebuena con nosotros a lo que ella respondió que si. Le di un beso lleno de amor y agradecimiento y volví corriendo al lugar, contento, pensando en como íbamos a disfrutar esa Navidad.
Cuando llegué no encontré a nadie, corrí a la otra esquina y a la otra y no vi a nadie. Luego de deambular por varias cuadras buscándolos sin suerte, volví desalentado a casa y pensando en lo extraño de mis encuentros esa noche. Me extrañó ver que mi señora me estaba esperando en la puerta. A sus pies tenía las bolsas que yo le había dado a aquella familia. Al preguntarle como había llegado eso a sus manos, me contestó que habían tocado timbre en casa y que un viejito de rostro dulce y mirada profunda se lo dio diciéndole que era mío.
Y prendida a la bolsa había una tarjeta dirigida a mi pidiéndome que les deseara en su nombre a todos los que viera:
¡FELIZ NAVIDAD!
¡Y QUÉ NUNCA PIERDAN LA MEMORIA!



Permitida su reproducción haciendo mención del autor y la fuente.
Imágenes extraídas de Internet.

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